La inmigración se ha convertido en uno de los temas centrales de la agenda política del nuevo siglo. Por un lado, un gran número de países industrializados necesita importar mano de obra, con el fin de cubrir puestos de trabajo para los cuales no hay oferta.
Por: Deborah Garrido
Por otro lado, en las sociedades desarrolladas, para algunos sectores de la opinión pública, los inmigrantes aparecen como una amenaza para las oportunidades de empleo de sus trabajadores menos cualificados, e incluso para la sobrevivencia de su cultura, de su identidad.
La evolución demográfica de los países Latinoamericanos es uno de los argumentos más poderosos a la hora de explicar la demanda de inmigrantes, que salen de sus hogares en busca de una mejor vida, oportunidades de empleo, no violencia, etc.

El coste de emigrar incluye los derivados del transporte, de la búsqueda de empleo o de la instalación en una sociedad extraña, y también otros de índole no económica adaptación a una nueva cultura, no todas las personas tienen la garra para salir de casa dejar todo atrás y empezar un nuevo rumbo.
Los inmigrantes tienden a poseer características muy deseables desde el punto de vista económico. Comparados con los habitantes del estado anfitrión de su mismo sexo y edad, su actitud ante la actividad económica tiende a ser mucho más dinámica.
Los inmigrantes no cometen más delitos que la población nativa, sus niveles de paro no superan a los del resto de la población activa y (para bien o para mal) su tasa de fertilidad no es más alta porque tienen otro objetivo.